Nicolás Herrera Ríos

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Fue en el pequeño pueblo de Ruiz, del estado de Nayarit en México, donde el señor Zacarías Herrera (†) y la señora Indalecia Ríos (†), hacían su vida como familia, siendo buenas personas y bajo el temor de Dios. Él era el pastor de un pequeño grupo de hermanos de la Iglesia Apostólica en ese lugar y se ganaba la vida como campesino. Ella atendía el hogar y cuidaba de sus hijos con gran cariño. Era una familia donde el amor y el afecto no faltaban. Los principios cristianos estaban siempre presentes en cada situación y su devoción a Dios era evidente en su caminar diario. En este contexto es en que se forma el hermano Nicolás Herrera Ríos. Así comienza su historia. Ellos fueron sus padres y éste fue el ambiente que Dios preparó para su desarrollo.

El pequeño Nicolás

Mucho antes del nacimiento del hermano Nicolás (del que se escribe), aconteció algo en la familia que marcó para siempre la historia de ellos. Ya antes, había un niño llamado Nicolás Herrera. Era un niño como todos los demás: juguetón, alegre, feliz; pero con un corazón entregado a Dios. Muchos adultos admiraban su devoción y su entrega: iba a los cultos, a la escuela dominical, participaba, cantaba, leía la Biblia y recitaba textos. Era un niño ejemplar para todos en aquel pueblo y nadie pensaría que su vida en este mundo tendría un propósito tan especial y tan corto a la vez.

A la edad de siete años, Nicolás, el niño que traía tanta felicidad a la familia, tuvo una visión maravillosa, pero algo confusa para sus padres. Se le presentó en sueños una hermana que hacía unos días había fallecido; le decían la hermana Chuy. Al lado de ella estaba el Señor Jesucristo, y juntos le dieron un mensaje al pequeño, diciéndole que pronto estaría con ellos. Que iría al cielo y su vida sería mejor allá. Al siguiente día, Nicolás y su padre salieron a trabajar al campo. Estando allá, el niño le dijo a su padre que quería un elote asado de aquellos que había en el campo, quería comérselo antes de que muriera. Su padre, con incertidumbre, preparó algunos elotes asados y ambos comieron. El niño contó a su padre todo lo que había visto y escuchado en aquel sueño: “Estaré en un lugar muy bonito. Seré muy feliz y mi vida será mejor allá. No lloren por mí porque yo estaré bien.” Estas palabras fueron difíciles para su padre. Pensaba que eran sólo una ocurrencia del niño y que nada de lo que dijo tenía importancia. Así que siguieron trabajando sin prestarle demasiada atención a lo ocurrido.

Al siguiente día, el pequeño Nicolás no pudo ir a trabajar porque amaneció con un fuerte dolor de cabeza, así que su padre fue solo a hacer las labores del día. Estando allá, su padre se comenzó a preocupar de la conversación del día anterior y comenzó a considerar seriamente las palabras de su pequeño hijo. Pasaban por su mente cada palabra que el niño había dicho y su inquietud aumentaba en la medida que pasaba el tiempo. Como a eso de las tres de la tarde, ya casi para llegar a casa, escuchó el llanto de su esposa y corrió a ver qué sucedía. El niño seguía muy enfermo y su estado de salud era grave. Lo llevaron con un boticario y después con el médico. Estando en el hospital, esa noche de dificultad, el pequeño Nicolás fallece y se cumple lo que él mismo había dicho el día anterior: ahora estaba con Jesús disfrutando de la vida eterna que estaba preparada para él. Su vida ahora era más feliz y se encontraba en un lugar muy bonito. Mientras tanto, sus padres y hermanos sufrían, y no se explicaban el por qué de las circunstancias.

Fueron grandes periodos de tristeza y nostalgia en la familia Herrera Ríos. Jamás pensaron que les ocurriría tal desgracia. Estaban confundidos y no sabían a qué se debía la muerte de su hermoso hijo. Sobre todo su padre, el hermano Zacarías Herrera, comenzó a entrar en un periodo de fuerte depresión y desierto espiritual; había puesto grandes esperanzas en aquel hijo porque iba en buenos pasos y comenzaba a vivir bajo el temor de Dios a su corta edad. No se explicaba el por qué y comenzó a reclamar a Dios por su tragedia. Estaba tan consternado que le pedía explicaciones a Dios y lo cuestionaba con un quebranto profundo.

Visión sobre un gran hombre

Uno de esos días grises, mientras el hermano Zacarías estaba en oración, Dios le dio la contestación que tanto buscaba. Le mostró una visión y le habló acerca de sus planes para él y para su descendencia: “¿Estás molesto porque te quité un hijo?”, le dijo Dios, mientras el hermano Zacarías sólo escuchaba; “Te quité un hijo, pero te voy a dar dos hijos más, y ellos serán pastores y me servirán de todo corazón.” Después de estas palabras, el Señor le mostró un campo limpio y bien tratado, un campo hermoso, en el cual crecían dos arbolitos; pero uno crecía más que el otro. En ese momento Dios le vuelve a hablar y le dice: “Uno de tus hijos será más grande que el otro; pero ambos me servirán grandemente.” Algún tiempo después nace el hermano Nicolás Herrera Ríos; fue el segundo en la familia en llevar ese nombre. Y a los dos años y medio después, nace su hermano David Herrera Ríos. De estos dos hombres hablaba Dios en aquella profecía. Aunque el hermano Zacarías seguía sintiendo tristeza, la respuesta del Señor produjo una nueva esperanza en su ser y comenzó a entender el plan divino para su vida y sus hijos. Continuó creyéndole a Dios y aceptó su voluntad.

Efectivamente, fue el día 19 de octubre de 1952, a las once de la mañana, en el pueblo de Ruiz, Nayarit, México, cuando nace aquel niño que sería grande: Nicolás Herrera Ríos. Sus padres, felizmente lo reciben y comienzan a meditar en la promesa que Dios les había hecho acerca de él.

Una infancia diferente

Se puede decir que el hermano Nicolás no tuvo una infancia como la de todos los niños. Debido a la situación extremadamente pobre de su familia, él desde los siete años de edad trabajó para apoyar a su padre con el mantenimiento del hogar. No pudo hacer sus estudios en el tiempo preferido porque tenía que invertir su tiempo en el trabajo, y la escuela pública en aquella región estaba muy lejos de su hogar. Había pocas casas en su colonia y no conoció compañeros con lo cuáles compartir momentos de diversión como lo hacen todos los niños. Así que su niñez la vivió entre adultos, en un ambiente de trabajo y bajo la disciplina de la responsabilidad y el deber; esto provocó que el hermano Nicolás fuera una persona madura a temprana edad. Fue así como creció y se desarrolló. Él tenía siempre presente lo que su padre le decía acerca de su propósito en la vida, lo que Dios quería hacer con él. Creció reflexionando siempre en esto y sabiendo que Dios lo buscaba a cada momento.

El béisbol y otras pasiones

A los trece años de edad, siendo un adolescente prácticamente, Nicolás se da cuenta que uno de sus deseos más grandes es jugar béisbol de manera profesional. Ingresa a una liga de béisbol juvenil y se comienza a desempeñar fabulosamente en el campo. Su manager llegó a decir que Nico era un joven que podía desempeñarse efectivamente en el juego y en las diferentes posiciones que lo pusieran. Llegó a ser cuarto bate y también se desempeñó como cácher en el equipo. Fue tan buen jugador que estuvo a punto de ingresar a la liga inter-ejidal de aquella región, que en ese momento era subir a un nivel más elevado del promedio de los jugadores. No pudo lograr este anhelo, ya que en aquel entonces, al deporte se le consideraba como algo “mundano”, algo por lo que no valía la pena invertir el tiempo porque era “pasajero”. Su padre, como pastor de la iglesia, no permitió que el hermano Nicolás fuera a aquella liga; y fue de la manera en que ese sueño de ser deportista quedó en el olvido, lo que a él le dolió mucho.

Otro de sus deseos fue poder ir a la Universidad y graduarse como abogado. Le gustaban las leyes y él se miraba ejerciendo esa carrera exitosamente; pero debido la situación paupérrima de su casa, no le fue posible. A los nueve años de edad ingresa a la primaria y comienza a estudiar. A los quince años termina, y su padre le dice que no será posible poder continuar en sus estudios. Este sueño también se vino abajo, pero en este momento fue cuando adoptó la frase que él mismo dijo con todo su corazón y convicción: “No podré ir a la escuela, pero ignorante no voy a ser.” Desde entonces la dice y se ha aferrado a ella.

Periodo de conversión y algunos obstáculos

Era de edad de 15 años, una etapa que se caracteriza por haber cierta rebeldía e inconformidad, cuando el hermano Nicolás comenzó a conocer a Dios realmente. Su padre siempre le habló de él y a cada momento le recordaba la historia de su nacimiento y la visión que había recibido; sin embargo, aquel adolescente no tenía ni el mínimo interés de comprometerse con Dios; mucho menos bautizarse. Así que, Dios tuvo que trabajar en él de una manera poco común. Con mucha severidad y con fuertes palabras. Fue una conversión complicada; pero gloriosa, a la vez.

Era principios de julio del año de 1968, en una confraternidad en la que se reunían varias iglesias de aquella región, donde su padre era pastor, cuando tuvo su primera experiencia sobrenatural con el poder de Dios. Había como unas cincuenta personas reunidas en aquel lugar; y el objetivo de la actividad era la llenura del Espíritu Santo y las nuevas lenguas. Fue un culto de pentecostés aquel día. Mientras su padre, el hermano Zacarías Herrera, ministraba junto con otros pastores a la congregación, y Dios se manifestaba, Nicolás desobedece y, en lugar de estar orando, se salió a una tienda que estaba cerca a comerse una nieve que la llamaban “obispo”. Así que, él disfrutaba de su “obispo”, mientras allá dentro la gente oraba fervientemente. Su indiferencia no le permitía acercarse ni buscar de Dios como los demás.

Cuando su padre se da cuenta que Nico no estaba de rodillas en oración, sale a buscarlo y lo sorprende en aquella tienda comiéndose su nieve. Le pone la mano en su hombro y le pregunta por qué está afuera. Lo reprende y lo obliga a pagar su “obispo” y tirarlo para que se meta al culto. Su padre lo toma de la mano y lo lleva hasta el templo regañándolo, recordándole que él será un gran pastor y que debe comportarse como tal. Al llegar al altar, lo hinca y le dice: “Ore para que reciba el Espíritu Santo”. Así que, Nicolás se postra, cierra sus ojos y comienza a hilvanar algunas frases; pero con cierta indiferencia porque estaba molesto. Pasaban muchos pastores y ministros a orar por él, le imponían las manos y clamaban para que recibiera el Espíritu Santo. Ninguna oración causó algún efecto en su vida, hasta que alguien impuso sus manos sobre él y comenzó a sentir como una “corriente eléctrica” que pasaba por todo su cuerpo. Él se sorprende y entreabre los ojos para ver quién estaba orando, miró a su padre intercediendo con gran vehemencia, y alrededor de él casi todos los pastores que había.

Mientras él sentía esa fuerza operando en su interior, la presencia del Espíritu Santo, comenzaron a pasarle por su mente muchas cosas. Él no quería todavía un compromiso real con Dios, no tenía en sus planes entregarle su vida completamente; así que, oró diciéndole a Dios: “No me des el Espíritu Santo todavía”. Pensó en la novia que tenía en aquel momento. Si recibía el Espíritu Santo y se bautizaba, tendría que dejarla para siempre. Tampoco estaba dispuesto a olvidarse de su deporte favorito, el béisbol, porque estaba a punto de ascender en la liga. Además, pensaba que era muy chico para comprometerse con Dios a través del bautismo. Fue entonces que, aquel calor del Señor, esa experiencia extraordinaria, comenzó a desaparecer hasta irse totalmente. Nicolás sintió un gran vacío, como nunca antes. Se entristeció por haber detenido la mano de Dios en su vida. Estuvo a punto de hablar lenguas; pero él mismo lo había impedido.

Cuando terminó el tiempo de oración, Nicolás estaba llorando y con cierto dolor. Muchos pastores comenzaron a decir: “El hermano Nico ha recibido el Espíritu Santo”, y él prontamente les dijo que no era así. Uno de ellos lo catalogó de rebelde y lo reprendió. Y desde ese momento, aquel joven indiferente, rebelde y de malas intenciones, comenzó a ser distinto. Había comenzado a conocer al verdadero Dios y su vida no fue la misma. Él mismo dice: “desde ese momento ya no pude ser el mismo Nicolás perverso que era antes”. Aunque él quería seguir fallando y pecando, había algo en su interior que no se lo permitía.

Planes para los siguientes 15 años

Un buen día, Nicolás tomó una hoja de papel y un lápiz, y comenzó a hacer los planes de su vida para los próximos 15 años. Tenía todo perfectamente calculado para desarrollar su vida integralmente en los siguientes años. Entre sus ideas estaba ser beisbolista profesional; así que, entrenaba fuertemente para lograrlo. A la edad de 30 años, los atletas dejan de ser productivos, la edad ya no les permite ser eficientes en su trabajo; por lo tanto, era una buena edad para retirarse como deportista y dedicarse a otra cosa relacionada; y entonces sí, entregar su vida a Dios, a través del bautismo. Entre sus planes estaba el bautizarse en el nombre de Jesucristo hasta los 30 años de edad. Y así fue como planeó su juventud y miró su vida; pero había algo que pasaba inadvertido, que dice Dios: “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos.” (Isaías 55:8).

Eran las cuatro de la madrugada, cuando se despertó después de un sueño confuso. Sentía aturdido el oído derecho, cuando de repente escuchó una voz fuerte, que le dijo: “Y si dentro de treinta días vengo por tu vida, ¿Qué recompensa darás por tu alma en mi presencia?”. Esa voz inquietó tanto el corazón del joven Nicolás, que no pudo dormir esa noche. Dejó de comer, no podía dormir bien y su aspecto comenzaba a decaer. Su padre lo notó rápidamente, y le preguntó qué sucedía, mientras él se guardaba tal experiencia y no la contaba. El hermano Nicolás había hecho planes para finales de sus treinta años; pero Dios los había hecho para sus próximos treinta días.

Había sido la voz de Dios, de eso no cabía ni la menor duda. Ahora, el problema estaba en su decisión: entregarle su vida a Cristo o exponerse a la muerte sin él. Se sentía tan presionado, que le llegó a decir a Dios: “Me estás obligando a que lo haga. No porque yo quiera bautizarme, sino que me lo estás exigiendo.” Fueron treinta días complicados. Treinta días de crisis y de confusión. El joven Nicolás quería servir a Dios; pero tenía miedo de no serle fiel. No quería bautizarse y defraudar a Dios y a sus padres si llegaba a fallar. Sabía que era una decisión seria, y la más importante de su vida.

Cuando salga el sol

Pasó el tiempo, y ya estaba en el día 25, desde que escuchó la voz de Dios. Era domingo, día de reunión en la congregación que pastoreaba su padre. Había sido un culto normal, sólo que en esta ocasión pasaron todos los que no eran bautizados al altar, y arrodillados, comenzaron a orar por ellos. Nicolás era uno de los no bautizados. Al finalizar la oración, un ancianito levantó su mano y con voz fuerte se dirigió al pastor y le dijo que se quería bautizar el próximo martes. En dos días más, aquel hombre entregaría su vida a Jesús.

La decisión de este hombre era todo un desafío para Nicolás. Sabía que no era casualidad que el siguiente martes, que ya era el día veintisiete, hubiera bautismos; y que además, ese día se acomodaba perfectamente en su trabajo para poder ir. Él sabía que se acercaba el plazo que Dios le había puesto para que le entregara su vida y esto le preocupaba demasiado. La noche del lunes, para amanecer martes, fue muy complicada para él. Fue una noche de insomnio y de preocupación; de duda e incertidumbre. Fue tan difícil, que había como una lucha espiritual entre el bien y el mal en su habitación. Y lo único que le pudo decir al Señor fue: “Mañana, cuando salga el sol, y yo lo mire detrás de aquella colina, tomaré la decisión”.

Amaneció, y Nicolás salió a mirar cómo salía el sol. En ese preciso momento sus palabras fueron: “Hoy me bautizo, suceda lo que suceda.” Ya lo había decidido y estaba totalmente convencido de ello. Ese martes era el día en que su vida tomaría un nuevo rumbo y los sueños de Dios para él comenzarían a convertirse en una realidad. Se levantó, y dio la noticia a sus padres; y ellos lloraron de felicidad.

Obstáculos en el camino

Los bautismos se realizarían en Ciudad Obregón, así que tenían que tomar autobús para viajar hasta ese lugar. Se juntó un grupo de hermanos de la congregación y felizmente fueron a ser testigos de los dos bautismos que se llevarían a cabo por parte de su iglesia. El camión arrancó y se destinó hacia aquel lugar. Faltaban como unas doce cuadras para llegar a la Primera Iglesia Apostólica de Ciudad Obregón, lugar donde serían los bautismos, cuando Nicolás bajó del autobús para llegar a un mercado que estaba cerca, a comprar algunos cosméticos para su aseo personal. Su padre lo vio bien, y quedaron de verse en el templo en un momento más.

Nadie habría pensado que ese día era una amenaza para el reino del mal. Sucedieron algunas cosas que, al parecer, buscaban hacer imposible el nuevo nacimiento de Nicolás Herrera. Después de comprar lo que buscaba, al salir del mercado, cuando él cruzaba la calle, dos carros salieron rápidamente, uno de cada lado; y dejándolo en medio, casi lo atropellan. Los vehículos se habían empalmado, como si se hubiesen puesto de acuerdo, y por unos centímetros Nicolás salió ileso. En ese instante él se dio cuenta que su alma corría peligro; que si no se daba prisa a llegar al templo, algo le sucedería en aquel lugar. Así que, comenzó a caminar con diligencia y a orar a Dios diciéndole: “Señor, permíteme llegar. Permíteme llegar.” Ésa era su súplica y no pensaba en otra cosa sino en bautizarse lo más pronto posible.

Siguió caminando rápidamente; pero en el transcurso se encontró con una prostituta. Le comenzó a hablar y a sugerirle su servicio; pero él, aunque se sintió tentado, la ignoró y corrió rápidamente. La muchacha le gritó algunas groserías y lo insultaba desde lejos. Había una lucha interna. Llegó a pensar que si fallaba a Dios, de todos modos lo perdonaría; pero por otro lado Nicolás pensaba que tenía que serle fiel a Dios desde ese momento, aún cuando no era bautizado. Finalmente, venció esa tentación; pero se le presentó una más. Un hombre, totalmente embriagado, se paró enfrente y en tono agresivo le dijo: “No vas a pasar”. Una vez más, la tentación estaba queriéndolo hacer caer. Una de sus debilidades, reconoce él, es ser muy impulsivo y de temperamento colérico. Cuando este borracho lo agrede, él pensó en golpearlo y quitárselo del camino; pero no fue así. Le fue leal al Señor en este momento también; lo evadió y caminó hacia el templo, que ya estaba cerca. Aquel hombre lo insultó también y le gritó algunas cosas. No cabe duda que, aunque para muchos este bautismo era como cualquier otro, en el mundo espiritual algo sucedía. Una lucha entre el bien y el mal, disputaban el alma de este joven.

Se llegó el momento

Finalmente, Nicolás llegó al templo. Después de vencer algunas dificultades, ya estaba listo para bajar a las aguas bautismales. Fue el día 6 de agosto de 1968, a las tres de la tarde, en la Primera Iglesia de Ciudad Obregón, cuando se celebró su bautismo. El ministro que lo bautizó fue el hermano Miguel Montiel Cázares. Estaba cerca de cumplir los dieciséis años de edad cuando entregó su vida a Jesús para siempre. Tal y como lo había pensado, así sucedió después de su bautismo. No podía seguir con su misma vida pasada; tuvo que dejar definitivamente uno de sus deseos más grandes: el béisbol. Se olvidó de la liga en la que jugaba y ya no volvió jamás. La novia que tenía era un tropiezo muy grande, según le decían los hermanos de la iglesia; también la dejó, simplemente ya no volvió a verla, ni siquiera se despidió de ella. Su decisión ya había sido tomada y no pensaba volver atrás por ningún motivo.

¿En realidad fue Dios?

A los pocos días de su bautismo, Nicolás comenzó a dudar de aquella experiencia donde escuchó la voz de Dios advirtiéndole de la seriedad de entregarle su vida. Un espíritu maligno de duda empezó a operar en él y le comenzó a hablar a la mente, diciéndole que no era cierto que se iba a morir en treinta días si no le entregaba su vida a Jesús. Fue tanta la confusión, que no pudo soportar; le dijo a Dios que si había sido su voz, que quería que le sucediera lo que le iba a pasar si no entregaba su vida. Que aquello de lo que iba a morir le aconteciera, sólo para asegurarse de que había hecho lo correcto.

En el lugar donde trabajaba, en el campo, hacía falta una buena fumigada. Una avioneta comenzó a pasar cerca de los campos y comenzó a arrojar las sustancias que se utilizaban. Para esto, Nicolás no tomó las medidas preventivas y aquellos gases tóxicos alcanzaron a muchos de los trabajadores. Al siguiente día, después de tomar el desayuno, se comenzó a sentir mal físicamente y vomitó demasiado. A pesar de eso, él fue a cumplir con su trabajo y estando allá continuó vomitando; se empezó a debilitar; no podía hablar como antes, la lengua no respondía. Uno de sus compañeros sabía la gravedad del caso y le dijo que se iba a morir; que se fuera a su casa porque él no quería tener problemas.

Como pudo, ese compañero lo subió a una bicicleta para llevarlo a su casa; en el camino, un carro se detuvo y los ayudó llevando al enfermo a su casa. Al llegar, su padre pensó que estaba borracho por su comportamiento: caminaba tambaleándose, no podía hablar, la vista se le comenzaba a nublar y después la perdió totalmente. Al momento ya no pudo caminar. Su padre, al ver lo grave que estaba, lo subió a una motocicleta y lo llevó urgentemente a un hospital de la Cruz Roja para que lo atendieran. Estando allá, los médicos al verlo, dijeron a su padre que se resignara, que probablemente su hijo perdía la vida. Los fumigantes lo habían envenenado y no había muchas probabilidades de rescatarlo.

Estuvo internado por tres días, hasta que, por fin, habló y eso fue una señal maravillosa. Los médicos se sorprendieron y declararon que el joven saldría bien del accidente. Y así fue: Nicolás sale del hospital; pero con la convicción de que si no hubiese entregado su vida a Dios, ese mismo día él habría muerto. Dos compañeros más del trabajo, también fueron víctimas del accidente; uno de ellos murió en aquel suceso y el otro estuvo muy grave. La mano de Dios estuvo allí siempre para protegerlo. Dios había hecho lo que él le había pedido. Aparte de enseñarle que es un Dios real y que cumple lo que dice, le mostró que es poderoso para librar a sus hijos de cualquier peligro.

Del rancho a la ciudad

Como todos los jóvenes de su edad, Nicolás se comenzó a hacer aquellas preguntas que son comunes en esa etapa de la vida. ¿Qué voy a hacer de mi vida? ¿Seré un campesino para toda mi vida? ¿Serviré a Dios en este lugar siempre? ¿Qué le voy a ofrecer a la mujer con la que me case? ¿Dónde puedo ser mejor un hombre exitoso? Estas preguntas lo pusieron a reflexionar demasiado y a considerar seriamente su futuro. La vida en el campo no prometía mucho; y además, él quería ampliar su panorama y conocer más sobre lo que existía.

Decide finalmente, buscar nuevos horizontes en la ciudad. Busca hacer su vida en un lugar más civilizado y con mejores oportunidades. Ciudad Obregón es el sitio que vio crecer a Nicolás Herrera; fue testigo de su búsqueda de una mejor vida. Comenzó trabajando como “cerillito” (así se les conoce a los muchachos que ayudan con las bolsas de la gente que va de compras al supermercado). Ganaba de diez a doce pesos al día. Comenzó a aprender a ganar el dinero de una forma diferente. Ahorraba mucho; en ocasiones no tomaba autobús para regresar a la casa donde le brindaban hospedaje, para ahorrarse el transporte y tener más dinero para llevarles a sus padres. Ésa era su principal motivación: que aquel hombre y aquella mujer que le dieron la vida, tuvieran lo suficiente para comer y vivir bien.

Después de un tiempo, comenzó a trabajar como panadero. Allí aprendió el oficio y se desempeñó como un buen trabajador. Uno de sus sueños inmediatos era llevarles un kilogramo de carne a sus padres; hacía mucho tiempo que no la comían, y ahora, estaba en las posibilidades de llevarles. Se preparó, compró una despensa, el kilogramo de carne y se los llevó. Al llegar, no se dio cuenta que la carne se le había caído en el camino, y al ver que no la traía, lloró mucho porque él deseaba que sus padres esa noche comieran carne. En la siguiente ocasión que fue, ahora sí se las llevó y eso le produjo una gran satisfacción.

A la par de su trabajo, Nicolás no dejó de asistir a una congregación. Ahora iba a la Segunda Iglesia Apostólica de Ciudad Obregón. El pastor en ese momento era el hermano Joel Flores. A los meses de haber llegado, lo nombran como presidente de la fraternidad de jóvenes; su liderazgo era evidente y se comenzó a hacer notar por su trabajo en la obra de Dios también. Como líder de los jóvenes, los visitaba después de salir de la panadería, oraba por ellos, los reunía en el templo para ministrarlos, oraba por los que estuvieran enfermos y, desde ese tiempo, Dios lo comenzó a usar en la oración por el derramamiento del Espíritu Santo. Los muchachos lo seguían mucho, porque siempre tenía una palabra para darles cuando ellos estaban en problemas. Para este momento Nicolás tenía como unos dieciséis años de edad.

Tiempo después, lo inician como diácono y comienza a fungir como asistente de pastor. Prácticamente, él atendía a la iglesia. Dirigía los cultos, predicaba, visitaba, oraba por los enfermos e impulsaba el evangelismo. Siempre fue muy dinámico, y aunque la edad no le favorecía, él seguía trabajando y demostrando que era capaz de hacer muchas cosas para el Señor. Pasado el tiempo, llegó como pastor el hermano Ambrosio Jocobi Moroyoqui. Este pastor, algo miró en el joven Nicolás. Cada que lo miraba, ponía su dedo en la cabeza de él y comenzaba a hacer como círculos, y le decía: “Nico, tú vas a llegar a ser obispo”. Fue una profecía que el hermano Ambrosio lanzó sobre Nicolás en aquel tiempo, y que se cumplió algunos años después.

Inicios de su ministerio

Antes de cumplir los dieciocho años, en abril de 1970 fue iniciado al ministerio, y en septiembre del mismo año, enviado a estudiar a Tepic, Nayarit, al Instituto Teológico Apostólico Internacional (ITAI), en donde cursó el primer año con excelentes calificaciones; y de nuevo, por la escasez de recursos económicos, no pudo volver al seminario para concluir sus estudios. Durante el tiempo de estudio en Tepic, se le encargó la pequeña obra en San Blas, Nayarit, la cual atendió por unos cuatro meses concluyendo con una campaña en la que estuvieron algunos estudiantes del seminario de la Asamblea Apostólica y en la que se celebraron doce bautismos. El trabajo en esta pequeña obra, también se caracterizó por ser fuertemente pentecostal; Dios hacía muchas sanidades, liberaciones y se manifestaba con el derramamiento de su Espíritu Santo.

Doble bendición

A su regreso a Ciudad Obregón, Sonora, se le envió a formar la iglesia en Pueblo Yaqui, tarea que no concluyó porque se presentó la necesidad de un pastor en la iglesia de Navojoa, Sonora, misma que recibió el 30 de diciembre de 1971. Allí le entregaron veinte hermanos, y en dos años y medio de pastorado ya contaba con sesenta y cinco. En esos dos años obtuvo el segundo lugar en bautismos en el Distrito de Sonora. No sólo Dios lo bendijo con este pastorado y con esos resultados. A los dos meses de haber llegado como pastor, conoce, en este lugar, a la mujer con la que pasaría el resto de sus días: la hermana Mercedes Saijas Labandera. Obtuvo doble bendición de parte del Señor. Buscó primeramente el Reino de Dios y su justicia, y las añadiduras comenzaban a seguirlo.

Se unió en nupcias bajo el régimen civil un 11 de diciembre de 1972 en Hermosillo Sonora; y por la iglesia, cinco días después, el 16 de diciembre, en la colonia Guadalupe Victoria de la misma ciudad. El ministro que ofició su ceremonia nupcial fue el Rev. Ambrosio Jocobi.

Pastor y promotor de educación

De la iglesia en Navojoa pasó a pastorear la iglesia del ejido Villa Juárez, Etch., Son. Luego a la Primera Iglesia de Empalme, Sonora. En ambas iglesias estuvo sólo unos meses, ya que fue enviado a enfrentar emergencias que se presentaron en cada una de ellas.

A la par de esos dos breves pastorados, desempeñó el cargo de Promotor (hoy Coordinador) de Educación Cristiana. En este puesto desarrolló dos proyectos que fueron muy bien apreciados, y que consistieron en una campaña para reactivar la Escuela Dominical en todo el distrito y la celebración de un seminario residencial que duró tres meses, en la ciudad de Hermosillo, Sonora. Por esta razón, fue invitado por el Secretario de Educación Cristiana, que en ese entonces era el hermano Manuel J. Gaxiola, para que promoviera de la misma manera la Escuela Dominical, pero ahora en todo el país. Para ello se trasladó a vivir a la Ciudad de México. Este viaje fue en enero de 1976. Allí permaneció solamente tres meses, pues el 14 de abril de ese mismo año, salió como misionero a la República de El Salvador, Centroamérica.

Como misionero en el salvador

Acerca de ese viaje, El Exégeta publicó lo siguiente:

“Hace cinco años salió de México un joven misionero de menos de 23 años de edad, acompañado de su esposa Mercedes y sus dos hijos, una niña y un niño. El hermano Nicolás Herrera se fue a un país desconocido a dirigir una iglesia que prácticamente se había acabado. Una seria división había hecho que sólo quedaran unos pequeños grupos apostólicos, pero esto no desanimó a nuestro misionero. Algunos de los que habían abandonado la Iglesia Apostólica para irse a otro movimiento, comenzaron a regresar, la obra siguió extendiéndose y comenzaron a ingresar al ministerio muchos hombres atraídos por la seriedad del sistema de organización de la Iglesia y por la solidez de nuestros principios doctrinales. Antes de su regreso a México, el misionero Herrera entregó más de treinta congregaciones, la mayoría de las cuales se fundaron durante su gestión”. (El Exégeta, artículo: “Progreso, Dolor, Esperanza”, del año 1981, página 12).

Como El Exégeta lo dice, él enfrentó una serie de problemas de división. La iglesia salvadoreña, además de estar destruida, sus propiedades habían sido traspasadas ilegalmente a otra iglesia. El hermano Nicolás logró con la ayuda de Dios recuperar una buena parte de esas propiedades y algunos hermanos, con los que formó doce grupitos que luego llegaron a ser más de cuarenta iglesias. El trabajo de predicación y fundación de iglesias fue llevado a cabo por el hermano Herrera con una gran pasión, pues además de recorrer todo el país a pie, a caballo, en autobús, y usando cualquier medio de transporte disponible, y predicando por las plazas, por las calles, puerta por puerta, subiendo montañas, cruzando ríos y arroyos, también utilizó la radio para llegar a todo el país y demás naciones vecinas. Este programa de radio fue el resultado de una visión que Dios le dio al hermano Nicolás, en la que el Señor le mostró que fuera a la Radio Internacional YSC a contratar media hora diaria sin tener dinero ni quien pudiera darle algún respaldo para que le fiaran el tiempo. El hermano fue obediente a la visión y Dios le dio gracia ante el dueño de la radio, quien le dio todo tipo de facilidades para que predicara.

Mientras predicaba por la radio mucha gente empezó a escribirle, invitándolo a sus pueblos para que les predicara, a tal grado que una vez tuvo que conseguir un carro para hacer un recorrido por todos esos lugares, celebrando dieciséis cultos en un día. Y para darle estabilidad a esas pequeñas células, puso un encargado en cada grupo, que cada mes concentraba en donde él vivía, en la ciudad capital San Salvador, durante tres días para que le informaran del progreso de esos grupos, como también se aprovechaba la reunión para darles las más elementales instrucciones para que pudieran funcionar.

Gran parte de la alimentación espiritual de esos hermanos se daba a través de la misma radio, ya que diariamente podían oír a su pastor. Además de los problemas de la división, el hermano y su familia tuvieron que enfrentar los problemas naturales de la guerra, que en ese tiempo estaba ya muy fuerte y cobraba muchas vidas diariamente. En varias ocasiones, tanto él como su familia, fueron testigos de cómo caían las gentes abatidas por las balas, y ellos mismos estuvieron en graves peligros.

Su regreso a México

Al cumplir su tiempo como misionero, en marzo de 1981 regresó a México. Cinco meses después, el 11 de julio del mismo año, recibió el pastorado de la iglesia de Querétaro, que no obstante que tenía treinta años de fundada, sólo tenía veintiocho miembros. Después de dos años y medio de pastorado, entregó ciento catorce miembros, para luego recibir la Quinta Iglesia de México.

Mientras pastoreaba en Querétaro, sirvió como Anciano Auxiliar (así se llamaban entonces los Presbíteros) en el sector del Distrito Central que abarcaba a las iglesias de Querétaro, algunas de Guanajuato y otras de Michoacán. En ese mismo tiempo, fue electo Secretario de Misiones Extranjeras, en junio de 1982, como también en ese tiempo les nació la hija menor, Mercedes Berenice.

Ahora en Guadalajara

Al terminar su periodo de Secretario de Misiones, en agosto de 1986, continuó como Pastor y Presbítero de la Quinta Iglesia de México, y unos meses después fue trasladado a Guadalajara para servir como Obispo del Distrito de Occidente. Como obispo de este distrito impulsó el crecimiento integral de las iglesias. Para ello reunía a todos los pastores durante quince días por año, para comunicarles la visión y motivarlos, a fin de lograr los mejores resultados. Este distrito pasaba en ese tiempo por una severa escasez de recursos económicos; pero después de un periodo de ayuno y oración Dios le mostró cómo podía fundar un seminario residencial en el que los alumnos estuvieran recibiendo instrucción por seis semanas y luego regresaran al trabajo por otras seis semanas, y así sucesivamente hasta que se graduaran. La graduación se daba cuando aprobaban las materias básicas para ser ordenados, así se formó un buen grupo de pastores que hoy trabajan en varios distritos.

Estando en Guadalajara ha servido como Pastor en Tlaquepaque y en la Tercera Iglesia de esta misma ciudad. Además, durante este mismo tiempo, ha servido como Secretario General, Secretario de Misiones Extranjeras y Evangelización, Secretario de Evangelización y su último puesto en la Mesa Directiva General fue como Obispo Presidente.

Ha recibido cursos en diversos institutos teológicos, entre los que se encuentran el Instituto Teológico Apostólico Internacional (ITAI), la Comunidad Teológica de México, el Seminario Metodista de México, el Seminario Presbiteriano de México y el Centro Cultural Mexicano (CCM). Ha escrito varios libros, entre los que se encuentran Doctrinas Distintivas de los Apostólicos, Lecciones Básicas de la Vida Cristiana I y II, Así Puede Crecer su Iglesia, Ministerios de Poder y El Evangelista Itinerante.

Actualmente, continúa pastoreando la Tercera Iglesia en Guadalajara. A nivel general, fue comisionado para dirigir el ministerio FREINTADO y pastorear el ministerio RHEMA. Sigue sirviendo al Señor haciendo campañas evangelísticas en diferentes lugares que lo invitan. En muchas iglesias de México y en el extranjero lo consideran un apóstol, ya que él los asesora y pastorea. Sigue siendo de bendición, aún cuando no ocupa algún puesto elevado en la estructura de la denominación.